EN MEMORIA DE CYRANA
Por José Ramón Burgos Mosquera
Cuando yo hablo
vuestra alma encuentra en cada una de mis palabras esa verdad que ella busca a tientas (Cyrano de Bergerac).
(Fragmento de la novela CYRANA, próxima a editarse)
Con
el paso de los meses y ante la preocupante depresión que arruinaba la vida de
Julián, Giuseppe se puso al frente de la estrategia para doblegar la prepotencia
y soberbia con que Eneyda lo seguía menospreciando.
-
¡Te voy a demostrar cómo es que se enamora
a las mujeres! -le aseguró, como si su experiencia en las lides no admitiera
dudas a sus catorce años.
Y
trabajó calladamente durante varios días averiguando a través de Marlene, una
alumna externa que se encargaba de llevar el correo a las internas, cómo era
Eneyda. Qué le agradaba, cómo se comportaba y si era cierto que tenía algún
amante desconocido. En fin, dedicó el tiempo suficiente para acumular tantos
datos de ella, que muy pronto le presentó a su amigo el plan para enfrentarla
como si fuera una de las batallas que el reconstruía a diario en sus lecturas
de historia.
-
¿Cuál es?
-
¡Le escribiremos cartas de amor!
-
¿Solo eso? -preguntó su amigo con
escepticismo.
-
Sí. Una mujer solo entiende lo que se le
deja por escrito y se le repite de distintas maneras. Hasta que lo acepta.
-
¿Cómo lo sabes?
-
Lo leí muchas veces. En El Arte de Vivir
de André Malraux.
-
¿Y eso qué tiene que ver?
-
Ya lo verás…
Giuseppe
elaboró con su mejor caligrafía una carta inverosímil, pegando trozos de frases
de aquí y de allá. Unas veces era de libros de biografías históricas donde se
encontraban las cartas del Libertador a Manuelita Sáenz, otras hurgando en un
grueso volumen de la Antología de epístolas que había descubierto en sus
constantes visitas a la biblioteca, arrancando fragmentos de los magazines
dominicales, leyendo en las anécdotas de personajes que lo apasionaban y
buscando obstinadamente en las novelas de la que muy pronto le pareció una
pobre biblioteca. Se la leía en voz alta, corregía frases, palabras disonantes
y releía.
Al final, sin embargo, optó por darle gusto a su sentido común y de un tirón escribió una esquela corta, severa, sublime, conmovedora, que lo dejó satisfecho. Cuando decidieron enviarla, Julián adoptó una conducta diferente. Giuseppe le exigió que debía mostrarse serio, pensativo, distante. Mostrando el dolor de la ausencia y el carácter que él le había impreso en la misiva. Y así permaneció aquella mañana de domingo, mirando hacia el fondo de la calle, inmóvil, agarrado a la baranda al final de las gradas que ascendían hasta la oficina de correos. Con esa carita de “yo no fui”.
Al final, sin embargo, optó por darle gusto a su sentido común y de un tirón escribió una esquela corta, severa, sublime, conmovedora, que lo dejó satisfecho. Cuando decidieron enviarla, Julián adoptó una conducta diferente. Giuseppe le exigió que debía mostrarse serio, pensativo, distante. Mostrando el dolor de la ausencia y el carácter que él le había impreso en la misiva. Y así permaneció aquella mañana de domingo, mirando hacia el fondo de la calle, inmóvil, agarrado a la baranda al final de las gradas que ascendían hasta la oficina de correos. Con esa carita de “yo no fui”.
Habían pasado apenas cinco días desde el envío,
cuando asistieron al parque para disfrutar la caminata de las internas. Eneyda
estaba acompañada de una nueva amiga que por el momento no parecía
trascendente. Caminaba silenciosa, seria, altiva, talvez un tanto
desconcertada. Las risas que la identificaban habían desaparecido y a duras
penas le dirigió a Julián una sonrisa tímida que para él se convirtió en una
caricia. Jessie desde su posición le impuso que no sonriera.
-
¡Si te ríes creerá que eres un idiota!
Mientras
tanto, él los observaba con la perspicacia con que años después escudriñaría en
el alma de sus personajes, sonriendo para sus adentros, porque intuía que algo
en ese comportamiento estaba relacionado con aquella carta que él había escrito
a nombre de Julián.
-
“Sueño con el momento en que te veré
saltar por encima de convencionalismos y te abrazarás a mi cuello para que
cantemos juntos tus canciones de amor. Pero los sueños contigo pareciera que
tan solo fueran eso, sueños únicamente, mi querida y traviesa muchacha. Aún no
me atrevo a buscar otra barca para cargar mis ilusiones. Tú no sabes nada de lo
que es la vida. Tú no sabes querer. Lo sé. Aún no te han herido en el alma.
Cuando lo sientas, entonces comprenderás lo que es el verdadero querer. “Querer
es cantar y llorar de alegría y por una falsía sentarse a sufrir”, como dice un
poeta de estos tiempos, había escrito, temeroso de que pudiera conocer la letra
del bolero en que estaba inspirada la declaración de amor.
El
intuía la tempestad que se había desencadenado en Eneyda. Lo presentía. Y entre
las expresiones almibaradas que rezumaban las cartas de Bolívar, de
Chateubriand, de Oscar Wilde, se decidió por el romanticismo popular que
emanaba de las canciones de barriada. Esas son las que ella sabe de memoria,
pensaba. Y así era.
Quince días después Julián recibió una esquela
simple, escrita aprisa, en una página de cuaderno que se había doblado hasta
convertirla en un diminuto paquete que recibió de manos de Marlene. Agitado con
la respuesta, la llevó hasta el grupo y se la entregó a Giuseppe quien la abrió
con solemnidad y leyó despacio, palabra por palabra como construyendo él mismo
las frases que aparecían dispersas en el papel.
- “Apreciado Julián: Yo sí sé lo que es la vida.
Pero no sirvo para estar en boca de todo el mundo. Simplemente eso. E”.
Al
final aparecía dibujado un pequeño corazón entrelazado con otro. Y Julián
sintió que eso significaba que seguía amando a otro.
-
¡Nada de eso! Simplemente está definiendo
las reglas. Entiéndelo así: te está insinuando: Vamos a jugar, pero no quiero
problemas. Vamos a jugar, pero no quiero que me ensucies la ropa. ¿Entiendes
cómo es? -estableció Giuseppe y en eso coincidieron el resto de amigos. En
otras palabras: ¡está marcando terreno!
-
¿Y qué sigue?
-
Lo que escribimos en el primer párrafo de
la carta anterior. ¿Te acuerdas? “Quiero que me quieras. Quiero que tú sientas
lo que estoy sintiendo. Me bastará con saberlo para ser intensamente feliz, mi
querida y traviesa muchacha”. En otras palabras: te está diciendo que sí, pero
desea que todo sea secreto entre tú y ella. Y en eso hay que darle gusto, así
no lo cumpla ella ni tú tampoco.
-
¡Uy hermano… ahora esto sí se puso bueno!
-
¡Respóndele! Dile que estás de acuerdo y
comienza a decirle cosas.
-
De acuerdo.
Dos
días después Julián no había sido capaz de escribir nada y recurría a Giuseppe
para que lo salvara. Este escribió en una hoja de cuaderno lo que le pareció
indicado y simplemente le pidió que lo pasara a una hoja de papel carta y lo
enviara. Decía:
-
“Leí y releí tu breve carta, pero aún no
sé si debo alegrarme y sonreírle a la vida u olvidarme para siempre de que
existes. Yo soy solo un hombre y merezco respeto. Es cierto que te amo. Pero
debes aprender a respetarme. A los hombres no se les fija ese tipo de
condiciones que ponen en entredicho su honor. Cordialmente, J.”
Julián
se aterrorizó. Enviar esa nota equivalía a tirar todo a la hoguera. Pero
Giuseppe fue inflexible.
-
Si te muestras débil desde el comienzo,
terminarás sacándole la bacinilla al patio y haciéndole los mandados. Ahora
eres tú quien marca terreno. Como los perros. ¿De acuerdo?
-
Bueno… ¡es que yo no sabía que tener novia
era tan complicado!
-
Es el sistema Julián. El problema es el
sistema -filosofó su amigo.
Y
la carta terminó yéndose en esos términos.
Casi
de inmediato Eneyda le respondió disculpándose de no saber qué era lo que había
escrito, pero agregando que estaba loca por verlo y sentirlo más de cerca.
Julián estaba que se trepaba por las paredes de la felicidad. No podía creer
que las mujeres tuvieran tal capacidad de trastornarlo todo ni cómo Jessie
conocía la partitura para interpretarlas.
Fue
la primera oportunidad en que el grupo de amigos celebraron esa respuesta como una
gran conquista, verdaderamente digna de llamarse así.
(Fragmento de la novela CYRANA, próxima a editarse)
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