domingo, 28 de febrero de 2010 0 comentarios

¿DA CHAVEZ PARA SER OTRO BENEMERITO?


"Tarazona: ¡Hay mucho papelito circulando entre los muchachos! Recójame unos cuantos de esos vagabundos y los guarda en La Rotunda! Quiero que los padres de esos bochincheros vengan chillando a pedir cacao! A ver si aprenden que aquí hay autoridad, carajo!" -ordenaba con su voz cansada de trueno lejano, el benemérito general Juan Vicente Gómez a comienzos de los años veinte, desde Las Delicias, en aquel Maracay del pasado siglo, al imperturbable boyacense Eloy Tarazona, convertido en el incondicional ejecutor de sus mandatos.

Hoy la voz altisonante retumba en todos los medios digitales y electrónicos del planeta:

"Señor ministro de la Defensa: ¡muévame diez batallones hacia la frontera con Colombia!

"Señor Canciller Nicolás Maduro: ¡Ciérreme la embajada en Bogotá y que se vengan todos los funcionarios!

"Este edificio y aquel y el de más allá: ¡exprópiese, señor Alcalde!"

Lo verdaderamente insólito de éstas demostraciones hechas por personalidades exóticas, hilarantes y desuetas, no radica en que estén separadas por menos de un siglo de distancia, sino que aunque parezca inverosímil, estan movidas en ambos casos por un espíritu fanfarrón, egocentrista y megalomaníaco.

Los actos de gobierno del presidente de Venezuela Hugo Chávez, tienen ese tufillo malsano que provocan los bandazos histriónicos, la pose ultranacionalista y patriotera, chauvinista a medias, mientras se convive a pierna suelta con los más abiertos y descarados intereses neoimperialistas de lejanas latitudes. Pero, en qué radica el parecido entre "el brujo de los Andes" y Chávez? Existe "algo" más allá de las inexplicables semejanzas en sus fijaciones obsesivas con la figura del Libertador Simón Bolivar?

Juan Vicente Gómez nace en La Mulera, vereda del estado Táchira. Asume el poder en la práctica en 1897 en medio de la crisis y guerras civiles que llevaron al poder a su compadre Cipriano Castro, vecino de Capacho. Juan Pablo Pérez Alfonso, el gran dirigente Venezolano, al igual que otros pensadores, como lo expresara el fundador de Resumen Jorge Olavarría, o el historiador Arturo Uslar Pietri, creen que cada Venezolano lleva un “Gomecito” en su corazón, y una inveterada afición a buscar un “padre protector” en tiempos de crisis. Así se asumió la gesta de Bolívar, Páez, Guzmán Blanco, Rómulo Betancur y ahora Hugo Chávez Frías.

Juan Vicente cancela la deuda externa de Venezuela el 23 de mayo de 1930, según publicaba con gran despliegue “El Nuevo Diario de Caracas”. Pero ¿dónde radica su verdadera grandeza? ¿En verdad se debe a él la construcción de la verdadera unidad nacional? La tesis del "gendarme necesario" encuentra en la figura de Juan Vicente Gómez una respuesta válida a la formación política de los venezolanos. Pero, ¿cuál es el precio que debe pagar un país por la consolidación de su unidad nacional?

La "pacificación" nacional a fuego y sangre alcanzada por el "Benemérito" permitió una unidad politicoterritorial con sentido de Estado-nación, la unificación del ejército y su profesionalización institucional, y la política de construcción masiva de carreteras que, mientras comunicaba todo el territorio nacional, condenaba a trabajos forzosos a los presos políticos. Existe algún parecido con las arbitrarias decisiones que hoy impone el coronel Chávez con sus contradictores políticos?

Venezuela era una tierra de orgullosos caudillos herederos de los tiempos del Libertador, que querían dominar cada uno su región: el Zulia, el Centro, Los Llanos del Orinoco. Era una colcha de retazos que tiraban entre sí y vivían en guerra permanente a lo largo de 70 años, después de muerto el Libertador. Cipriano Castro era la algarabía, el grito insolente, la paranoia, la improvisación viviente. Impredecible y altanero, bravucón y soberbio. Les recuerda a alguien?

Gómez: el tigre en celo. Un frio pacificador que acaba hasta con el nido de la perra y los somete a todos. A decir de Arturo Uslar Pietri (16.05.1906 - 25.02.2001): "Gómez amansó el potro brioso que acabó con la paciencia del Libertador, reconstruyó el hilo de la Unidad Nacional, creó el ejército nacional, organizó la hacienda, canceló la deuda externa y propició el tránsito hacia la democracia, a una nación sobreviviente a esa ruptura cataclísmica que había devorado la tercera parte de su población en veinte años de guerras de la independencia y 70 años más de guerras civiles". Aunque terminó amarrando su destino y el del país a las insaciables apetencias de las multinacionales, mientras que su propia inalienable afición por acumular haciendas y vacadas solo era comparable con su inveterado desprecio por la ostentación de su ilimitado poder.

Venezuela recuerda cada cierto tiempo el clima de silencio político y estratagemas de concentración de poder en la figura de un solo hombre, con claras políticas de abolición del disenso político; los tiempos del famoso "consejo de Gobierno", de la incorporación de los líderes rebeldes y pensadores positivistas en las filas del Estado, de los exilios políticos, de la cárcel llamada "La Rotunda" y del oscurantismo intelectual "de una Venezuela de la decadencia".

Ahora son los tiempos de Chávez. Un comandante cuyas mejores batallas las ha librado con su verbo imparable, creador de imaginarios enemigos, soñador de gestas inverosímiles, cantor de rancheras y joropos. Pero además implacable perseguidor de quienes disienten de su paranoia incontenible de "Gran Caudillo", de "duce", de "fuhrer", de "gran timonel". Al igual que otros caudillos en el poder, exigió cambios en la constitución para hacerse reelegir a su antojo, indefinidamente. Al igual que el "benemérito" su familia y sus aúlicos han hecho del nepotismo una política de estado, y su estilo "Gomecista" de ejercer el poder, amedrentando y destrozando publicamente a sus amigos y enemigos, lo convierten cada vez más en una caricatura de sus propios miedos e íntimos rencores. Ahora es inaccesible, adaptable, con total ausencia de límites éticos, con una moral ordinaria acorde con el medio social al que subyuga, concentrado en el ejercicio omnipresente y arbitrario del poder omnímodo, aplicando el principio de "premios y castigos" de los tiempos de la "dictablanda" gomecista, desconfianza con "el mundo exterior" e impredictibilidad.

Esas características de una personalidad paranóica conducen lentamente hacia el desfiladero la parábola del PSUV. ¿Cuánto falta para que se cierre el círculo de los lugares comunes?
 
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