sábado, 14 de junio de 2014 0 comentarios

Hemingway, Paris, Cuba y yo.

Hemingway,  París,  Cuba  y  yo





Por José Ramón Burgos Mosquera

Yo venía de la rosa y volvía hacia la espina, buscando en la plazoleta de Saint Germain des-Pres el surco la semilla de por quién doblan las campanas y cuál la razón para dar el adiós a las armas. Fue sencillo. Allí, en aquel pequeño Café di Fiore a pocas cuadras de la rive gauche del Sena, en una plazoleta con el aire levantisco que venía de los años veinte, bajo el hechizo y rítmico vaivén de saxos y trombones de big band, conque Aznavour enfundado en su infaltable chaqueta de cuero y chalina de seda, nostálgico vestuario de anarquista huérfano, hizo todo diáfano, como aquella glacial mañana en este París de 2014.

Estuve sentado a la mesa donde Hemingway conoció la ciudad de 1918, sometida al bombardeo de Alemania, antes de trasladarse a Italia para convertirse en conductor de ambulancias de la Cruz Roja. El lugar mantiene el mismo encanto conque volvió a visitarlo tres, siete, once y muchos años después cuando regresaba a cicatrizar heridas en compañía de cada nueva ilusión, con el encanto de la profética de James Joyce, el simbolismo poético de Ezra Pound o los esoterismos de Pablo Picasso y Joan Miró, Para entonces ya había ganado el premio Pulitzer y marchaba en solitario hacia el nobel de literatura que recibiría en 1956. 

Hemingway volvía a aquel lugar como un quijote náufrago en busca de alivio para su soledad de tormento. Sin embargo, allí añoraba el aire tibio y libertino del Caribe, el fuego abrasador de las mujeres que bebían en La Bodeguita del Medio en pleno centro de La Habana, a pocas cuadras del bulevar donde los libreros gallegos ofertaban sus incunables de siempre y aquel mar incomparable que hacía éste mundo diferente de cualquier mundo. 

Quienes amamos la libertad hemos sentido a Cuba en la piel. Igual aconteció con Hemingway quien vivió algunos de sus años más felices en Punta Vigía y a bordo del Pilar su barco, refugio para los buenos sueños y las faenas heroicas. En sus bodegas, los milicianos de Fidel "nacionalizaron"  escritos inéditos del Premio Nobel de Literatura a mediados de 1960 contribuyendo a la depresión que ya padecía el bardo, de regreso a su inexorable encuentro con la muerte. El tiempo no ha podido hacer que pase ésta sensación de agonía, de dolor inmaduro, de desengaño que nos va envolviendo con la vida y nos conduce en un vals indescifrable que nunca acaba...

Hoy como antaño en la Marina Hemingway, aquel gigantesco atracadero para yates de millonarios que dejara inconcluso Batista, se sirve Mojito y Daikiri en homenaje al autor del amor y la guerra, de la pérdida y de la soledad; para él que fue un aristócrata de la literatura, que cató de todos los vinos y anduvo por mil caminos como el tío Alberto que nos recuerda Serrat, el tiempo permanece estático, mientras afuera...pareciera que la vida pasa. 



martes, 29 de abril de 2014 0 comentarios

VISITA AL PALACIO DE VERSALLES: UN MAUSOLEO PARA LA SOBERBIA


Por: José Ramón Burgos Mosquera.

"Después de mí? El diluvio!"  Era uno de los dicterios favoritos del Rey de Francia Luis XIV conocido como el Rey Sol, lanzado contra los seguidores del escritor Saint Simon, quien ante los primeros esbozos de la construcción iniciada por su antecesor Luis XIII, había filosofado diciendo que era "un pequeño castillo de naipes". Y un diluvio de sangre, llegó un siglo después.

El Palacio de Versalles se construyó con el objetivo  de materializar el ego del poder absoluto ejercido por el Rey y sublimado en nombre de Dios, a través de su representante en la tierra: el Papa. Hay tal obsesión de llevar los excesos a dimensiones siderales, que el Palacio albergaba 4000 personas que giraban en torno del centro del poder, mientras en la ciudadela que lo circunda vivían 2700 funcionarios del gobierno de su majestad, en fastuosos edificios de menor jerarquía. Durante cincuenta años, Francia vivió para los caprichos de un Rey que confundió la inmensidad de su soberbia con la grandeza de su pueblo.

 Los mejores arquitectos le dieron forma a sus sueños y miles de trabajad ores dieron su vida llenando a Versalles de lujos, donde las finas extravagancias del poder no hallaron límite alguno. Luis XV completó la obra de su bisabuelo, con igual o mayor derroche, terminando la quinta de sus capillas, un teatro para ópera y el salón de Hércules, porque no bastaban las decenas de salones adornados con los cuadros y estatuas de sus antepasados, las avenidas de fuentes y  mitológicas figuras, ni los cotos de caza, sino que era indispensable encontrar algún resquicio por donde pudiera introducirse un nuevo capricho, un nuevo símbolo para la arrogancia y el poder absoluto.

La Revolución de 1789 no solo arrasó con los privilegios de los soberanos, sino que convirtió el Palacio de Versalles en un mausoleo para  la soberbia, pese a la leyenda que uno de los sobrevivientes a la hecatombe, el Rey Luis Felipe en 1833 ordenó colocar : " A todas las glorias de Francia". Un epitafio para disimular el orgullo herido, ya que quince años después, la monarquía caía herida de muerte en Francia.

Versalles nunca más volvió a ser sede de gobierno. El hielo gris de la guillotina que le aplicaron a Luis XVI y a su consorte la Reina Maria Antonieta, pareciera merodear como un perro prehistórico por los salones de lujuriosa y extravagante belleza. La lección que recibió Francia ha sido bastante bien aprendida por los herederos de la revolución, quienes ahora expenden las réplicas de sus monarcas y hasta el busto de Napoleón por unos cuantos euros, pero se cuidan bien de no imitarlos.

Tres siglos después, la imponente estatua de Luis XIV con espada desenvainada no provoca respeto sino una conmiseración explicable, al observar el tinte verdoso que estilan sus uniformes de gorgueras y botines de guerra. Algo sucede con el mármol de los déspotas cuando los elevan a la dignidad de héroes.


Sin Versalles no hubiéramos podido conocernos mejor, puesto que allí aparece dibujada en todo su esplendor la mísera mediocridad de las peores debilidades humanas y de otra parte, el espíritu gigantesco que nos habita, llenándolo todo con la alegoría creada por el soberbio pincel que logró intuir la gloria del Padre eterno anunciando la venida del Mesías, que está allí, en la bóveda de la  gran capilla palatina, recordándonos la inmensa soledad que acompaña el uso del poder.
lunes, 7 de abril de 2014 0 comentarios

UNA TARDE CON SERRAT EN BARCELONA


Por: José Ramón Burgos Mosquera


Compartimos con Serrat una tarde inolvidable del verano del 74, mientras cursaba el año de internado en el hospital Universitario. Algunos amigos comunes con quienes cometíamos poesía a hurtadillas de nuestras responsabilidades, como James Polansky, a quien treinta años después encontré en la frontera defendiendo el honor de alguna fierecilla domada y Jorge Alberto Espinosa, quien no solo sabía de él sino que lo interpretaba  con una sonoridad y finura de bohemio flamenco, me enrostraron su fidelidad legendaria a la mejor poesía española; la de Antonio Machado y Miguel Hernández... 

Conocerlo fue un decir: escucharlo, interpretarlo, hacerlo asiduo compañero de farra se convirtió en la homilía de errantes permanentes, a la cual se sumó Diego Paz Laharenas, el más intenso y vehemente conocedor de Serrat y seguramente quien más veces regaló Mediterraneo a cada mujer que comenzaba a amar en su  vida, Homenaje a Miguel Hernandez, Para tu piel de Manzana y Versos en la boca.

Sobre "Mediterraneo", había escrito una corta reseña, para "El Spa de los sentidos", un extraño blog  donde mi hijo pianista confirmaba su respeto por Serrat: 

  1. "Ha bastado reconocernos en la gigantesca utopía de don Quijote, los sueños e idealismos de Becker, de Calderón de la Barca, de Félix Lope de Vega, la ternura de Juan Ramón Jimenez, la obscena algarabía de Quevedo, las espirituales confesiones de Santa Teresa de Jesus, la profética mirada de Menéndez y Pelayo u Ortega y Gasset y luego esa elegía celestial que convocan los poemas de Machado, de Miguel Hernández, de García Lorca para terminar aceptando que en éste siglo y medio de libertad apenas hemos aprendido a descubrir lo que nos sigue atando a España. Su herencia volcánica hace erupciones intermitentes en nuestro ser y así hemos padecido sus guerras, sus dolores, sus triunfos y logros como si fueran nuestros. Así en el arte, en la pintura y ahora, en este maravilloso encuentro con la voz catalana de Serrat.

  1. ¿Quien puede esconderse al encanto musical de ese Mediterraneo tibio, otoñal, íntimo y multitudinario, poético y sensual, conque sobrevivimos a aquel inolvidable verano del 71? Nos conmovió el paso de las horas en su interminable Pueblo Blanco, que bien puede estar en la sierra peruana, en los andes Chilenos o en la campiña cundiboyacense de Colombia. ¿Cómo olvidar esa dolorosa ternura escondida en el padre Nicaraguense o Salvadoreño que recuerda a su hija un año después de su partida y que podría resumir el cúmulo de sentimientos ocultos en tantos viejos nuestros que ven partir en busca de sueños a sus hijas hacia España o USA? Serrat nos ha interpretado a cabalidad. Sus poemas cantados tienen la tersura de la seda, la grata, acogedora seducción de los vinos añejados en robles eternos. Es rebelde, auténtico, incondicionalmente juvenil, iconoclasta, libertario y nada le impide ser leal hasta para cuando nos recuerda los sublimes alaridos de amor que retratan los versos de Miguel Hernandez en "Las nanas de la cebolla" o el juguetón derecho a la libertad cuando se monta en El Carrusel del furo" (Ver: http://croniquillas.blogspot.com.es/2009/01/joan-manuel-serrat-mediterrneo-1971.html)
Pues bien. Para nosotros llegó la primavera en Barcelona este 24 de marzo, cuando Joan Manuel Serrat en persona nos abrió las puertas de su casa. ¿Cómo explicarle que el hombre que nos acompañaba, era uno de los hijos que hacía 40 años había acunado con su música, que era músico y que algunas mujeres llenaban su ojos de lágrimas cuando interpretaba algunos de sus temas eternos como Pueblo Blanco, Vagabundear, Tío Alberto y Pequeñas cosas?

Serrat nos acogió con la comprensión con que un capitán de navío escucha a un grupo de náufragos que acaba de rescatar y divertido nos mostró la verdadera estela de sus creaciones memorables: el Mediterraneo estaba ahí, visible en el levante desde la altura de su casa situada en una pequeña colina de Barcelona; su Pueblo Blanco era el mismo  pueblo de cualquier provincia del mundo, "es para ellos" -nos aseguró- y yo sentí que el vuelo de palomas al que hubiera querido unirse, eran las mismas que ascendían como saetas desde el fondo del pequeño riachuelo que vaga en torno a su guarida...pero confieso con franqueza que no hubo tiempo para contarle que Diego Paz a los cuarenta años, cuando se estaba muriendo, nos había pedido que lo sembraramos junto a una palmera traída desde los bosques de Cartagena de Indias, con la condición de que cada cierto tiempo, lo despertásemos con "Las nanas de la cebolla" y el resto de música del lejano catalán.

Barcelona 24 de marzo de 2014.
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¿EST ICI PARIS?


Por: José Ramón Burgos Mosquera.

Las ciudades como los hombres, se conocen por su forma de caminar. En aquellas, por supuesto, su historia se ha ido tejiendo lenta pero de manera inequívoca dándoles un carácter, su identidad propia con la cual se muestran ante el mundo. Paris no fue la excepción, sobre todo después del “siglo de las luces”, cuando sus más grandes pensadores impusieron un sello de originalidad y grandeza que opacaron por siempre los bocetos innovadores que aparecieron con el renacimiento. 

Paris se nutrió de los vientos creadores que soplaban de América y recibió con verdadera algarabía los movimientos revolucionarios que encarnaron Túpac Amaru en Perú y los Comuneros en el Virreinato de la Nueva Granada frente al Imperio Español, desatando el huracán indómito de su revolución que en 1789 decapitó reyes y consortes. Versalles en todo su esplendor, no fue más que otro motivo para llevar a la Bastilla a sus huéspedes. Los dos siglos pasados le pertenecieron a Paris: en el XIX todas las mentes lúcidas y febriles soñaron en sus parques y cafetines con cambiar el rumbo de todos los sistemas políticos vigentes en el mundo, ya fuera en América, África y aún en la distante Oceanía.

 Y en el pasado, tan cercano que pareciera el presente siglo, Paris fue cuna y lecho para renovación en las artes, en la concepción del poder, la interpretación del verdadero sentido de la vida. Hubo un Napoleón, pero también trasegaron Thomas Jefferson, Simón Bolívar y Giussepe Garibaldi por sus calles y avenidas; hubo un Baudelaire, un Victor Hugo, Cezanne, Monet y Van Gogh, compitiendo por conmover los cimientos del gusto citadino. Pero cada siglo trae nuevos vientos: ayer Descartes y La Fontaine, hoy Sartre y García Márquez. Hace tan poco Modigliani hoy Botero, Siqueiros y Guayasamín, para citar algunos de los nuestros con personalidad reconocida.

 Paris sin embargo hoy nos ha llenado de dolor. Sus parques y puentes están llenos de inmigrantes del mundo entero. Antiguos mandingos senegaleses, soberbios ejemplares nubas, Ashanti, fautis y yorubas deambulan con la mirada perdida en un horizonte gris al final de un invierno que se resiste a desaparecer. Indios y paquistaníes, gitanos rumanos y soñadores del mundo entero,compiten por una entrada al metro, un metro cuadrado para exhibir sus baratillos. Los parisinos caminan erguidos, soberbios, atados a su carácter de sentirse llenos de luz y de poder, casi sin importarles esos extraños visitantes inesperados pero cada vez más incontables. Y en todos los sitios emblemáticos de la ciudad, cada vez más pordioseros reflejan la visión de este mundo nuevo, cruel, inhumano y hostil. 

Hace apenas setenta años, los primeros soldados aliados que ingresaban victoriosos tras recuperar la ciudad de la ocupación alemana preguntaban " ¿est ici Paris?" mientras las mujeres jubilosas los saludaban desde los balcones y Edith Piaf ruiseñor de voz inolvidable les daba la bienvenida en los salones del Ritz. Esa Paris está muerta...la plaza heróica de La Bastilla, permanece descuidada, sin un solo símbolo que recuerde el mensaje que envió al mundo...Robespierre, Marat, aún Napoleón se consiguen en marmolina a 3 euros...pero el mensaje ya no llega, no conmueve, no sublima.

Este 26 de marzo en París nos dejó un vago presentemiento de las nuevas fuerzas que arrasan con las ideologías: los Campos Elíseos estaban abiertos a cientos de curiosos, extrañados de no escuchar el usual tráfico de la avenida. La razón? La ciudad se rendía ante el Camarada Jiang Ze Min, Presidente del Presidium de la República Popular China desplazándose, imperturbable y feliz junto al alcalde la ciudad, comprobando como sin disparar un tiro, la ciudad se rendía a sus pies.

Paris, 26 de marzo de 2014 
 
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