lunes, 21 de abril de 2008

Alvaro Pío Valencia o la entrañable responsabilidad de ser


“La noche del 27 de enero de 1965 me encontraba en el Palacio de San Carlos, cuando llegó el alto mando a entrevistarse con el Presidente de la República –evoca sonriente su hermano Álvaro Pío, 29 años después- Guillermo en esa ocasión, dio una demostración de serenidad y habilidad increíbles. Esa noche habían explotado varias bombas en las cercanías del Palacio y la situación había adquirido una peligrosa carga dramática”.-De pronto le dijo a los generales que le informaban de la inquietud que recorría el país:

“¡Señores: a mí no me asustan las bombas! Les puedo asegurar que el compromiso adquirido con el pueblo que me eligió lo cumpliré al pié de la letra. De tal manera que de aquí me sacan pero muerto!!”

De inmediato le pasó la carta de renuncia al general Alberto Ruiz Noboa para que la firmase, quien pálido y ceñudo no alcanzaba a percibir que detrás de las cortinas en el cuarto de al lado, el general Gabriel Rebéiz Pizarro se aprestaba para tomar el juramento como nuevo Ministro de Guerra…De inmediato, Guillermo le ordenó al General Rebéiz:

“¡Hágase reconocer de las tropas y cumpla usted con su deber!!”

Álvaro Pío guarda una anécdota para cada circunstancia, por lo que disfruta a plenitud el placer infinito de adobar los acontecimientos apilonados en su memoria de prodigio, dando alegres saltos en las épocas con la misma pasmosa habilidad con que su padre entretejía sus versos. Hay mucho en él de aquel famoso Palemón el estilita que redivive en su diario peregrinar de asceta en pié sobre las columnas que soportan la casa paterna y mantienen su fulgor recóndito y sinigual. Sin embargo su personalidad descomplicada y familiar que lo han convertido, a decir de Diego Tobar, en parte del inventario turístico de Popayán, es apenas el rezago de una profunda formación filosófica de profesor universitario, la cual lo hizo renunciar desde muy joven a las oropéndolas de la estirpe heredada y correr el riesgo de asumir revolucionarias posiciones de vanguardia política. Aquella gerontocracia caudillista que hizo del Cauca su refugio predilecto ha aprendido a aquilatar su sinceridad ideológica y la erudición fascinante con que expone sus más elementales conceptos. Lo repite sin atenuantes:
-“Van a terminar desintegrando el departamento. Los actuales dirigentes no han comprendido que ya no representan a nadie, que perdieron el contacto con el pueblo y lo que es peor, dejaron romper el hilo de unidad del cual depende la supervivencia misma de todo esto!”

Alvaro Pío no necesita hurgar en el pasado para darse cuenta que al paso que va el Cauca, el proceso disolvente que se ha apoderado de las provincias abandonadas a su suerte, cobrará costos tan elevados como cuando a comienzos del siglo XX el General Reyes le cercenaba los territorios más valiosos que habían hecho su grandeza.

“Los Caucanos no quisieron a mi padre” –asegura de pronto, sin esbozar el más leve asomo de resentimiento- “En parte porque no lo entendían y en parte porque no quisieron apoyarlo”. Evocamos entonces aquellas batallas políticas que condujo sin éxito el joven poeta Guillermo Valencia en 1918, cuando pese a recibir el apoyo de jóvenes audaces como Laureano Gómez, Eduardo Santos, Alfonso López Pumarejo el expresidente Ramón González Valencia, fue derrotado por el respetable lingüista Don Marco Fidel Suárez. O aquel mordaz y áspero enfrentamiento con el general Alfredo Vásquez Cobo en 1930 que permitió el retorno del Liberalismo al poder de la mano de Enrique Olaya Herrera:

-“De la primera campaña me queda el recuerdo borroso de un queso envenenado que le enviaron sus enemigos políticos” –anota a vuelapluma- “Tenía cianuro como para matar diez caballos le dijo el médico Quijano Wallis, quien examinó el regalo. De la segunda, lo mejor fue el regreso de mi padre a la familia”.

Coincidimos entonces en la historia de su abuelo, escrita alguna vez por su padre refiriéndose al carácter de la ciudad: “Don Quijote vino a morir a Popayán”. De hecho toda la vida del Maestro Valencia dedicada al estudio del latín, hebreo, francés, ruso, chino e inglés constituyeron una verdadera quijotada, sobretodo después de representar a Colombia en Paris, Berna y Berlín.

Alvaro Pío mantiene el tono suave y musical de un verso alejandrino, la erudición renacentista y la moderna concepción del mundo, en un mágico contraste con el volcánico y montaraz estilo que tuvo en vida su hermano el expresidente Guillermo León Valencia:

-“Guillermo tenía una sensibilidad social muy profunda –agrega, mientras rebujamos en el surtido anecdotario de su hermano- Llegó al gobierno con el respaldo de los mismos Antioqueños que se lo habían negado a mi padre 44 años antes y por sobre los resquemores de Laureano quien logró frenar su ascenso en 1958”-.

La conversación adquiere entonces la agradable fascinación de los recuerdos y le cito el epitafio futuro que le escribiera Ciro Mendía al expresidente, varios años antes de su muerte:

“Yace bajo estas desoladas peñas
ya sin bigote, golondrina ausente-
el que fue de Colombia presidente
de la Casa Valencia por más señas.

Cazador y burócrata, en sus breñas
Cobró piezas de pelo reluciente
Hizo un gobierno pálido, indigente
De pereza y de prácticas pequeñas.

Eso fue apenas. Deja aquí vencido
Oh caminante fiel, al bien caído
Rector soberbio. Que si torna al paño

Y le da por discursos y decretos,
A la patria pone en mil aprietos.
Rézale! Que dormido no hace daño”

Hemos reído de las siempre bien recordadas andanzas del segundo presidente del Frente Nacional, como cuando el joven político conservador debió responder a la eminente figura de Luis López de Mesa en la Cámara de Representante, quien le dijo que llevaba 45 años de reflexión, estudios y presencia en la vida nacional, a lo cual Valencia replicó certera y escuetamente:

-“Ahora me doy cuenta que la sabiduría es la carrera más larga para llegar al error!”

O aquella tragicómica que acaeciera durante un fragoroso debate de Partido, cuando el senador Cordobés Benjamín Burgos Puche se quejaba del prolongado discurso y el “estilo greco caldense” del senador Fernando Londoño y Londoño, ante lo cual Guillermo León, lapidario e implacable interpeló:

-“Señor Presidente del Senado, a mi me parece que para la historia y el prestigio del Senado, es más importante escuchar el discurso de estilo greco caldense del Senador Londoño y Londoño y no el estilo “romosinuano” del Senador Burgos Puche!!”

Fue muy grato encontrar en Alvaro Pío el humor sabio con que deja pasar los años sin apenas importarle que el pertenecer a la Casa Valencia, le ha cargado de responsabilidades con el pasado y el futuro de la castiza comarca.

(Publicado en OCCIDENTE mayo 15 de 1994)

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