domingo, 20 de diciembre de 2015

PARÍS BIEN VALE UNA MISA

                                                        PARÍS BIEN VALE UNA MISA (París vaut bien une messe)

Por: José Ramón Burgos Mosquera



 Hace 420 años, Enrique de Borbón o de Navarra, el pretendiente hugonote (protestante) al reino de Francia,  eligió convertirse al catolicismo para poder reinar, convirtiéndose en  Enrique IV). Desde entonces, ( como siguiendo una sabia regla del "Príncipe" de  Maquiavelo en las que el agudo  analista  inmortaliza al Rey Fernando el Católico), viene utilizándose  la conveniencia de  renunciar a algo, aunque sea aparentemente muy valioso, para obtener lo que realmente se desea. 

Pero lo que el mundo vive ahora, en nada se parece a aquellas épocas  predecibles y a ratos quijotescas, que hacían de las monarquías europeas una revista de variedades extravagantes y un tanto primarias. Las nuevas democracias agrupadas en la Unión Europea, de pronto se ven sacudidas por el huracán de un terrorismo inmisericorde, despiadado, formado a la luz de una fuerza inspirada en un credo fundamentalista que permite sembrar en la conciencia del hombre, conceptos como que al cielo se puede trascender tan pronto se encienda el fuego consagratorio de la muerte. 

El mundo siempre ha vivido de paradojas alucinantes. No fue  acaso Felipe II, el duro monarca español quien aseguró teatralmente "prefiero perder mis estados a gobernar sobre herejes"??. Pues bien, los herejes han llegado!! Cuatro siglos después! Pero han llegado. 

Cómo asumir de manera objetiva, qué le pasa a este dislocado planeta? Comencemos por buscar el origen de la insurrección. Una rebelión incubada desde los comienzos mismos de la era Cristiana y del Islamismo, dos culturas religiosas afines en el fondo de la concepción monoteísta y espiritualista del hombre, con expansiones paralelas en Asia y Europa y disputas centenarias en África y el resto del mundo. Durante 700 años los árabes tomaron el sur de Europa y expandieron su cultura milenaria a lo largo y ancho  de la península Ibérica. Su creatividad se percibe en Andalucía, en la costa del Mediterráneo. En Córdoba y Granada sobreviven silenciosas, muestras de una cultura que en nada se compara con el salvajismo que pareciera identificarse ahora con el Islam. 

Los Reyes Católicos expulsaron a los árabes de la península y sobre las cenizas de sus mezquitas derruidas construyeron un imperio, que medio siglo después, en tiempos de Carlos V, su nieto, se convertiría en el mas extenso y conocido hasta entonces, un reino donde "nunca se ocultaba el sol". Nadie desea recordar sobre cuánta sangre árabe, judía y americana se edificó tal poder inconmensurable. Pero el tiempo no pasa en vano. El poder corrompe y el poder absoluto lo hace en igual dimensión. Guerras absurdas por cinco siglos, guerras nacionales, mundiales y ahora nuevas guerras locales asociadas a la identidad cultural: en Escocia, en la antigua Unión Soviética, en Cataluña, en Yugoslavia y Checoeslovaquia; los "nacionalismos" brotan como si los siglos no hubieran pasado...y los rencores incubados en la conciencia de esos pueblos resurgen como el fuego oculto en las cenizas tibias, y al calor de  cualquier pretexto de apariencia exigua, renacen con mayor fuerza.

Pero por qué París?   Si allí se acunaron conceptos de libertad, igualdad y fraternidad que condujeron al mundo hacia nuevos valores universales que nos identifique como seres humanos...Por qué,  a la ciudad que más perseguidos del mundo ha recibido en los últimos tres siglos? He ahí el dilema. Disparar en París es atentar contra el corazón de la cultura occidental. Es enviar un claro mensaje de que el terrorismo no respeta fronteras y de que una nueva guerra ha comenzado.

París bien vale una misa!





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