lunes, 2 de febrero de 2009

UN BORBON TRAS LA HUELLA DE DON QUIJOTE


Aquella mañana radiante de 1998 el aeropuerto "Machángara" de Popayán, refulgía de vidriosas figuras que venían del pasado a su encuentro con el heredero del trono de España. Una resolana implacable establecía términos para aquella sufrida pléyade de venerables ancianos extraidos de refundidos oleos, obligados por razones protocolarias a esperar el saludo oficial y la recepción preparada por el entonces más jóven gobernador del país, César Negret Mosquera, de la orgullosa estirpe Popayaneya de "los matapalos". El Príncipe descendió de su avión, protegido por una discreta y eficaz escolta que formaba una estrella de David en su entorno, saludando al gabinete local con una calidez distante y una sonrisa breve, humanizada con comentarios cercanos sobre su viejo anhelo de regresar a una tierra que sentía cercana.
Durante las escasas veinticuatro horas de vértigo a que fue sometido, Su Alteza Real quien además de Príncipe de Asturias procedente del Reino de Castilla ostenta los títulos de Príncipe de Gerona, Duque de Montblanc, Conde de Cervera y Señor de Balaguer procedentes de los Reinos de la Corona de Aragón, así como el de Príncipe de Viana correspondiente al Reino de Navarra, recorrió viejas iglesias coloniales como la bellísima de San Francisco, reconstruidas con el apoyo de la Agencia de Cooperación Española, la Escuela Taller donde se restauraban oleos ancestrales y altares de filigrana quiteña; probó exóticos menjurjes de la orgullosa y folclórica gastronomía local como las empanadas de pipián, el helado de guayaba coronilla y por supuesto, recorrió los espaciosos, solitarios y evocadores corredores del viejo convento de los Franciscanos convertido en el colonial hotel Monasterio. Durante el banquete que le fuera ofrecido por el Alcalde Mayor, le fueron presentados los últimos herederos de la aristocracia criolla: Arboledas, Mosqueras, Zambranos, Ulloas, Valencias, Muñoz, Simmonds, Obandos y hasta Ordoñez. Las legiones de Arboledas y Mosqueras negros del litoral no estaban presentes. Tampoco fueron invitados Los Tombé, Tunubalá, Chicangana, ni los Ulchur. En representación de los Mina, Ararat, Viáfara, Lucumí, Carabali y Possú estuvo la brillante cabeza de Tobías Balanta, a quien el Príncipe observaba con educada curiosidad, quizó porque le recordaba la enhiesta figura de un guerrero Yoruba o Fauti de Burundi, paises donde España envía a su representante más distinguido.
Durante la visita al Museo Mosquera conoció los preservados rescoldos de Don Joaquín de Mosquera, aquel respetable Payanés que el 19 de marzo de 1812 firmara la Constitución de Cádiz ante el apresamiento del Rey Fernando VII, uno de sus antepasados Borbón, quien junto a su padre el exRey Carlos IV renunciaran al trono español aturdidos, obnuvilados y temerosos de la incontenible ambición imperial de Napoleón Bonaparte, al tiempo que se divertía con las anécdotas de uno de los herederos de aquel patriarca, el Gran General Tomás Cipriano de Mosquera, cuatro veces presidente de Colombia, aguerrido subversivo contra la corona de España quien a su vez se le apagó la vida en la cercana hacienda de Coconuco añorando el reconocimiento de sus títulos nobiliarios por parte de las Cortes Españolas. A cuatro cuadras de allí, preguntó por la historia de Camilo Torres, cuya enérgica estatua ubicaron frente al templo de San Francisco. Un académico explicó que mientras uno de los Mosquera defendía a muerte la corona, Torres estaba en Madrid entregando su Memorial de Agravios exigiendo una participación democrática de la representación suramericana, mientras Goethe publicaba su cuestionamiento de la validez moral de las costumbres sociales.
- Los popayanejos somos así, su Alteza. Españoles pero cerreros! -
El Príncipe sonreía y devolvía amables comentarios. Sinembargo, guardó silencio cuando la comitiva pasó frente a la residencia de los antepasados de don Manuel Mallo, aquel favorito de la reina de España, esposa de su tatarabuelo, aquel osado Príncipe de Asturias que se enfrentara al rey Carlos IV su padre y tras derrocarlo se convirtiera en el rey Fernando VII para gobernar entre 1808 y 1833, la terrible época de las rebeliones independentistas, que le significaron a España la pérdida de sus inagotables colonia en el Nuevo Mundo. Mas adelante, tras recibir condecoraciones en el Salón de los Espejos de la Gobernación del Cauca, divisó la estatua reflexiva de Francisco José de Caldas y el imperturbable historiador local se la explicó de la manera menos insolente que pudo encontar:
- Se trata de un joven coronel de Ingenieros a quien don Pablo Morillo hizo fusilar porque derritió unas campanas de iglesia para hacer cañones y además, porque España no necesitaba sabios, según le dijo a quienes pidieron clemencia por su vida -
Al comenzar la noche fantástica de la ciudad blanca, llena de faroles y siluetas coloniales, observando desde el balcón de sus aposentos conventuales creyó observar las recuas de mulas cargadas con los quintos reales de las minas de oro y esmeraldas Caucanas que curtidos encomenderos descargaban en las afueras de la Casa de Moneda para remitir a sus antepasados al otro lado del mar. Y sintió un dolor extraño en él. Una sensación de vacío que le impidió dormir, mientras añoraba aquellas épocas de "la cruz y de la espada, del ahumado candil y las pajuelas" que convirtieron a esta ciudad y a Cartagena en las muy nobles y leales joyas de la corona. Pero "lo triste es así", recordó que decìa el epígrafe escrito por el poeta Guillermo Valencia en el largo epitalamio publicado en el paraninfo de la Universidad del Cauca.

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