lunes, 7 de abril de 2014

UNA TARDE CON SERRAT EN BARCELONA


Por: José Ramón Burgos Mosquera


Compartimos con Serrat una tarde inolvidable del verano del 74, mientras cursaba el año de internado en el hospital Universitario. Algunos amigos comunes con quienes cometíamos poesía a hurtadillas de nuestras responsabilidades, como James Polansky, a quien treinta años después encontré en la frontera defendiendo el honor de alguna fierecilla domada y Jorge Alberto Espinosa, quien no solo sabía de él sino que lo interpretaba  con una sonoridad y finura de bohemio flamenco, me enrostraron su fidelidad legendaria a la mejor poesía española; la de Antonio Machado y Miguel Hernández... 

Conocerlo fue un decir: escucharlo, interpretarlo, hacerlo asiduo compañero de farra se convirtió en la homilía de errantes permanentes, a la cual se sumó Diego Paz Laharenas, el más intenso y vehemente conocedor de Serrat y seguramente quien más veces regaló Mediterraneo a cada mujer que comenzaba a amar en su  vida, Homenaje a Miguel Hernandez, Para tu piel de Manzana y Versos en la boca.

Sobre "Mediterraneo", había escrito una corta reseña, para "El Spa de los sentidos", un extraño blog  donde mi hijo pianista confirmaba su respeto por Serrat: 

  1. "Ha bastado reconocernos en la gigantesca utopía de don Quijote, los sueños e idealismos de Becker, de Calderón de la Barca, de Félix Lope de Vega, la ternura de Juan Ramón Jimenez, la obscena algarabía de Quevedo, las espirituales confesiones de Santa Teresa de Jesus, la profética mirada de Menéndez y Pelayo u Ortega y Gasset y luego esa elegía celestial que convocan los poemas de Machado, de Miguel Hernández, de García Lorca para terminar aceptando que en éste siglo y medio de libertad apenas hemos aprendido a descubrir lo que nos sigue atando a España. Su herencia volcánica hace erupciones intermitentes en nuestro ser y así hemos padecido sus guerras, sus dolores, sus triunfos y logros como si fueran nuestros. Así en el arte, en la pintura y ahora, en este maravilloso encuentro con la voz catalana de Serrat.

  1. ¿Quien puede esconderse al encanto musical de ese Mediterraneo tibio, otoñal, íntimo y multitudinario, poético y sensual, conque sobrevivimos a aquel inolvidable verano del 71? Nos conmovió el paso de las horas en su interminable Pueblo Blanco, que bien puede estar en la sierra peruana, en los andes Chilenos o en la campiña cundiboyacense de Colombia. ¿Cómo olvidar esa dolorosa ternura escondida en el padre Nicaraguense o Salvadoreño que recuerda a su hija un año después de su partida y que podría resumir el cúmulo de sentimientos ocultos en tantos viejos nuestros que ven partir en busca de sueños a sus hijas hacia España o USA? Serrat nos ha interpretado a cabalidad. Sus poemas cantados tienen la tersura de la seda, la grata, acogedora seducción de los vinos añejados en robles eternos. Es rebelde, auténtico, incondicionalmente juvenil, iconoclasta, libertario y nada le impide ser leal hasta para cuando nos recuerda los sublimes alaridos de amor que retratan los versos de Miguel Hernandez en "Las nanas de la cebolla" o el juguetón derecho a la libertad cuando se monta en El Carrusel del furo" (Ver: http://croniquillas.blogspot.com.es/2009/01/joan-manuel-serrat-mediterrneo-1971.html)
Pues bien. Para nosotros llegó la primavera en Barcelona este 24 de marzo, cuando Joan Manuel Serrat en persona nos abrió las puertas de su casa. ¿Cómo explicarle que el hombre que nos acompañaba, era uno de los hijos que hacía 40 años había acunado con su música, que era músico y que algunas mujeres llenaban su ojos de lágrimas cuando interpretaba algunos de sus temas eternos como Pueblo Blanco, Vagabundear, Tío Alberto y Pequeñas cosas?

Serrat nos acogió con la comprensión con que un capitán de navío escucha a un grupo de náufragos que acaba de rescatar y divertido nos mostró la verdadera estela de sus creaciones memorables: el Mediterraneo estaba ahí, visible en el levante desde la altura de su casa situada en una pequeña colina de Barcelona; su Pueblo Blanco era el mismo  pueblo de cualquier provincia del mundo, "es para ellos" -nos aseguró- y yo sentí que el vuelo de palomas al que hubiera querido unirse, eran las mismas que ascendían como saetas desde el fondo del pequeño riachuelo que vaga en torno a su guarida...pero confieso con franqueza que no hubo tiempo para contarle que Diego Paz a los cuarenta años, cuando se estaba muriendo, nos había pedido que lo sembraramos junto a una palmera traída desde los bosques de Cartagena de Indias, con la condición de que cada cierto tiempo, lo despertásemos con "Las nanas de la cebolla" y el resto de música del lejano catalán.

Barcelona 24 de marzo de 2014.

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