viernes, 2 de mayo de 2008

LOS CARLOS LLERAS QUE YO CONOCI


Recuerdo que esa tarde gris de finales de enero de 1978 en el Líbano Tolima, los campesinos paisas provenientes de aquellas montañas rebeldes colonizadas bajo el humo de los últimos tizones de las guerras de mediados del pasado siglo, parecían silenciosos testigos de un hecho histórico y no los fervientes partidarios de un caudillo que había guiado con el fuego de su luz el sendero de la república liberal.

Carlos Lleras Restrepo lucía una guayabera blanca que le dejaba en plena libertad los brazos desnudos para asaetear el carcomido tronco del partido, destruido y maloliente como una cloaca por el clientelismo sibarita a que lo habían sometido sus dirigentes. Cada frase de su discurso tenía un desusado matiz de irreverencia, una lacerante connotación de latigazo, hiriente, corrosiva, dejando el efecto de una chispa sobre materias inflamables. El cuarto de plaza de quienes le escuchábamos habíamos tenido que soportar los gritos destemplados del Senador Alfonso Jaramillo Salazar y su combativa cónyuge, quienes sentían como propias las heridas sobre las cuales introducía su dedo acusador el candidato a la reelección presidencial… Eran las cinco y treinta de la tarde… y ni siquiera aquella luz abstracta, opaca, descolorida y sin aliento ni aquel posterior crepúsculo inmóvil, inmutable y sin contenido aparente nos hizo caer en cuenta que asistíamos a los funerales electorales de uno de los más grandes líderes del siglo en Colombia.

Aquella campaña terrible había despertado al Liberalismo como las corrientes de un electrochoque agitan las extremidades inertes de un moribundo. Ningún mensaje de reconciliación, ni un solo planteamiento ideológico a lo largo de catorce dolorosos meses de reyerta. A duras penas, anécdotas insanas que el tiempo cobraría como cuando en las paredes del Tolima los unos escribían “Turbay 78 – Santofimio 82” y los otros agregaban : “años de cárcel”.

Sin embargo y pese a ese mal disimulado pesimismo que nadie supo entonces descifrar si acababa de comenzar o venía desde los erráticos días del LleroLopizmo entre los agitados días de octubre de 1971 y abril de 1974, ya que Carlos Lleras no definió con certeza sus verdaderos propósitos sino cuando Alfonso López Michelsen era incontenible, aquella noche lo vi reír divertido, cuando alguien leyó en voz alta el boceto de epitafio futuro que le había dedicado Ciro Mendía en su libro “Caballito de siete colores”:

Don Carlos Lleras y Restrepo, era
Un horno de energías superado,
El magnate de ideas al contado,
El feliz combatiente de bandera.

Un treinta y ocho corto era por fuera
Y por dentro fue un mástil historiado,
Con su llave maestra abrió confiado,
La puerta de la patria…Toda entera
La casa adecentó, le cambió el techo,
La dejó como nueva, ante el despecho
De la fallida, de la inepta tropa.

Falleció de un resfrío, porque inquieto
Con su pistola de agua un guapo nieto,
Le perforó la calva a quemarropa.

Por allá en los tiempos de la adolescencia cuando observábamos absortos las explosiones de júbilo conque la generación anterior celebraba “los últimos estertores de la violencia”, recuerdo la tarde memorable en que Carlos Lleras Restrepo fue presentado ante una marea humana como jamás volvería a ver, formada por negros de todos los confines del norte del Cauca. Tronó la voz ardida de sentimientos recónditos de Diego Luis Córdoba, el vigor inusitado de Migdonia Barón, irisó la brisa de la tarde la elocuencia incontenible de Carlos Colmes Trujillo y aún se alcanzó a sentir la quietud expectante de julio Cesar Turbay Ayala. El candidato de la provincia norte caucana era el médico del pueblo, el hombre de los “impromptus”, de la deliciosa camaradería exenta de subterfugios y dobleces, Rubén Ramírez Vivas, quien sin encontrar un epíteto diferente y un adjetivo nuevo a los elogios que se le habían hecho al candidato, solo atinó a decir…:”Después de escuchar las mentes más brillantes y los mejores oradores de Colombia, solo me resta por decir, que verdá pa Dios que me gusta Lleras!!”. A renglón seguido, habló el candidato presidencial en aquel bullicioso diciembre de 1965:

“Copartidarios: después de escuchar el más corto y vibrante discurso de mi vida, en la persona del Dr. Ramírez Vivas y de aceptar complacido el insobornable testigo que él ha invocado esta tarde, no me queda la menor duda de que llegaremos al palacio de San Carlos el próximo siete de agosto!”

La vieja tierra de Padilla reblandecida por una lluvia diáfana, se guardó una imagen sublime de aquella noche de ensueño. El polvo y el lodo de las calles no impidieron que el mensaje de persuasión que entregaron aquel puñado de soñadores delirantes sobreviviera al paso de los años, intacto, pese a los desengaños, al dolor de las frustraciones vivientes, los anhelos de cambio incumplidos, los sueños de redención inalterados y multiplicados por los bramidos y rugidos de las hormigas humanas. En Padilla Cauca, todavía se recuerda las anécdotas de la visita de Carlos Lleras Restrepo.

Quizá, movido por el sentimiento cautivo de los primeros sueños de la vida, por una convicción más profunda que un impulso, al comenzar la década de los setenta algunos jóvenes fuimos seducidos por la imagen de firmeza incorruptible y la transparencia insobornable que parecía emanar del pensamiento de Carlos Lleras y entramos de lleno a organizar los cuadros del Movimiento de Izquierda Liberal o LleroLopizta del Cauca. Movilizamos una formidable maquinaria de entusiasmo e ingenuidad que no obstante la pudibundez e inexperiencia de que hacíamos gala, logró entrabar el aceitado engranaje que como herencia de familia utilizaba con eficaz precisión Víctor Mosquera Chaux. Después de las elecciones de abril de 1972 visitamos la residencia del expresidente en la capital, para darle el “parte de victoria”, y Oh sorpresa! Después de brindarnos un tinto en la imponente biblioteca de la casa, de escuchar con el ceño fruncido por una impaciencia que parecía venirle desde los recovecos más profundos del hígado, nos metió entre los incisos de sus odios aparentes y sus cariños reales demandando respeto y trato muy decente para con el Jefe liberal del Cauca.

Salimos confundidos, regañados, posesos de una resaca de inconformidad que a duras penas logramos disipar en una bacanal de miedo que siguió de largo al amanecer y aún percibo el aliento de hastío de alguno de mis compañeros de aventura en el vuelo de regreso cuando manifestó con amargura:

“¿Qué chiquito tan berraco, no carajo?”…

Y sin embargo anda con el corazón compungido desde cuando le dijeron que el “viejo” se está muriendo…

(Publicado en “OCCIDENTE” domingo 4 de septiembre de 1994)


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